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domingo, 19 de octubre de 2014

Sequía en Condorumi

Cuento publicado en el Libro "El Sonido de las Caracolas"
Autor: Antonio  Goicochea
Imagen: EDUCARTE

Ya lo habían dicho los Ayachi, Condorumi tendría dos años de sequía; estas afirmaciones las hicieron luego de haber observado las estrellas, el sol, la luna, el rayo, las piedras, los ríos, los puquiales, las lagunas, tomando el pulso al futuro. Como siempre los pobladores, unos a favor y otros en contra de los pronósticos comentaban sus pareceres en los recodos de los caminos, en la plaza pecuaria, en cada reunión comunal.


Condorumi, era una ladera donde se habían ubicado las casas, y, unos cerros de bosquecillos seco-montanos, buenos para la cría de cabras. Los llanos en cambio servían para la cría de ovejas y vacas y para el cultivo de maíz asociado con frijol y otras menestras.

Con el paso de los días los pobladores de Condorumi se dieron cuenta que el puquio del que se abastecían de agua para el consumo humano ya traía menos agua y era necesario madrugar y hacer cola para recoger uno o dos baldes. La laguna que servía de abrevadero de los animales tenía menos agua que antes. El cielo ya no presentaba nubes y el sol calentaba más. Era un cielo azul turquí intenso, sin nubes. Los cultivos se secaban. Para satisfacer las necesidades de su querida profesora los niños tomaron la decisión de traer un capacho lleno de agua cada uno además del que traían para ellos.

La pequeña laguna se había tornado verde, sus aguas espesas hacían daño a los animales, tanto
que vacas, caballos y cabras no querían tomar esa bazofia y tenían que ser llevados a abrevar al río.

Don Fredesvindo aseguró que hay un promedio mensual de veinticinco cabras preñadas que se mueren por hambre y sed y otro similar número de cabritos que no pueden subsistir por la falta de alimento

Pero además, los cabritos que logran resistir están muy débiles por la falta de lluvia en el campo

Todos recordaban aquel año en que una sequía obligó a todos los de Condorumi a subirse a los terrenos comunales de la altura, donde, aunque poca, podían encontrar agua para ellos y para sus animales.

Choco, el mitayo llegó una tarde con seis cabras menos. Sospechando que Choco se haya vuelto mañoso y matado a los animales, doña Dolores, después de encerrar en el corral al rebaño caprino, se dirigió a las quebradas donde pastaba su ganado. El mitayo, moviendo la cola seguía delante, parando las orejas. Llegaron a lo que antes era el abrevadero natural; y, en las arenas secas encontró, tiradas, patas al cielo a las seis cabras que faltaban, todas habían estado preñadas. Doña Dolores, cargando sobre los hombros los restos de una de ellas, retornó al villorrio a comunicar a sus vecinos lo sucedido y decirles que podían traer las demás para su beneficio, sin embargo nadie fue, todos los pobladores tenían similares pérdidas.

Los cultivares se habían puesto mustios. Los maíces no llegaron a mazorcas y los frijoles colgaban sus hojas marchitas de las plantas de maíz, secas. El puquio, antes abundante en aguas, ahora dejaba caer sólo un hilillo de agua con un sabor salino.
Aunque las trojes de la comunidad se vaciaron, no obstante con reverencia guardaron mazorcas de maíz en wayungas, en cambio los frijoles eran guardados a la sombra en urpos, mezclados con arena para impedir el ataque de los gorgojos.

Los ahorros de los pobladores se estaban reduciendo por la compra de bidones de agua o cilindradas del carro cisterna, cuyo dueño argumentaba que cobraba caro porque las dieciocho horas que empleaba en la venida y dieciséis con el regreso, consumían mucha gasolina. Los productos de pan llevar, de las tres tiendas que en Condorumi había, subieron de precio

La posta médica recibía a niños con insolación, a adultos con quemaduras solares en los rostros.

Sin embargo los condoruminos quemaron la hierba seca de los cerros con la firme creencia que el humo se convertiría en nubes y éstas darían lluvias. Por más que la profesora les decía que eso es imposible, su prédica caía en oídos sordos.

“Soy pajita de la jalca/ que todo el mundo me quema/pero el gusto que me queda/ es queidenacer cuando llueva”, cantaban los que tizón en mano incendiaban las laderas secas.

Dante, un joven estudiante de agronomía pero que comprendía a los Ayachi, sostuvo que es necesario curar la “fiebre” de la Madre Naturaleza, que no la lastimemos con más incendios en las praderas. No hay peor sordo que el que no quiere escuchar y los condoruminos seguían quemando.

El río de abajo, aún con poco agua, ofreció algunas truchas, las que después se acabaron cuando los campesinos las depredaron con sus atarrayas cada vez que iban por agua

El presidente de la APAFA, recordó a los asociados que el año anterior habían tenido una abundante cosecha de papa, así también en todas las comunidades aledañas, tanto que la papa se puso tan barata, por lo que los pobladores habían decidido dejarla podrir en las chacras. Pero fue la profesora que en una reunión de padres de familia, demostró que la papa podría guardarse sin que se malograra, para lo cual era necesario convertirla en almidón. Había llevado diez kilos de papa, ralladores que confeccionaron los niños de latas de conserva desechadas, un trozo de tela rala, tinas y baldes. Padres y madres, en bateas llenas de agua, rallaron las papas, tamizaron lo rallado; el afrecho fue reservado para alimentar a los chanchitos que en la pequeña granja aún tenía la profesora. Dejaron decantar y al fondo de la tina quedó una pasta blanca, la sacaron y la dejaron decantar en un balde transparente; la secaron y al día siguiente pesaron y tenían dos kilos de almidón. Con él y maíz morado, prepararon mazamorra morada que la endulzaron con chancaca del valle. Todos degustaron lo preparado y convencidos por la práctica, cosecharon sus papas y la convirtieron en almidón, lo secaron al sol y lo almacenaron a resguardo de alimañas. Un ejemplo de acciones y pensamiento acertados que en circunstancias adversas se debe tener en cuenta. Similar conducta debe tenerse ahora en la escasez.

La reducción en el consumo de alimentos deterioro el estado nutricional y la resistencia a las infecciones trajo como consecuencia que los pobladores enfermaran de diversas afecciones. La posta médica se vio colmada y no tuvo medicinas para atenderlos por lo que recurrían a remedios caseros.

Los pobladores estaban quisquillosos, por quítame esta paja, peleaban. Los que se sentían con fuerza migraron a la costa en busca de mejores oportunidades. Llegaron a engrosar los cinturones miseria de las ciudades, a pasar hambres, privaciones y penurias. Pronto las emisoras de radio y televisión al igual que los periódicos hicieron conocer de situación de pobreza extrema en que ellos vivían.

En Condorumi, don Ignacio La Torre, el rosariero, promovió una procesión de la Virgen de la Asunción por las chacras, con cánticos y rezos pidiendo lluvias. Los evangélicos, nazarenos, bautistas y los testigos de Jehová se reían de esas muestras de fe, devoción y contrición. Los pobladores en asamblea comunal acordaron utilizar los alimentos en forma racionada para abastecerse durante el tiempo que dure la sequía, aunar esfuerzos con sus vecinos en la solución de problemas inmediatos y comunicar a las autoridades sobre el rigor de la sequía.

Cursaron memoriales a la subprefectura, sin embargo no se tenía ninguna respuesta. Sólo cuando desde la costa se cubrió la noticia de los campesinos migrantes y las miserias que pasaban, es que el gobierno envió ayuda a Condorumi. Por la polvorienta trocha llegaron dos tanques cisterna para asistir con el líquido elemento a pobladores y animales que famélicos desfallecían y en dos camiones, agua embotellada; completaba la caravana salvadora dos camiones con comestibles y una ambulancia con medicinas, médico, enfermera y un técnico médico y semillas.

Los Ayachi, sacerdotes andinos, interrogaron a las estrellas, tomaron el pulso a la tierra. En los Andes, el clima, que es la manera de mostrarse de los ciclos cósmicos y telúricos, es sumamente variable e irregular, sin embargo se anunciaba dentro de poco algunas lluvias. Ellos subieron a Condorcaca, el cerro tutelar de Condorumi, llevaron coca, licor, cigarros y comida para en conjunto congraciarse con la naturaleza y pedir mejores tiempos.


Se habían cumplido los dos años, coincidiendo con las fechas se presentaron las lluvias, los niños famélicos observaban cómo las primeras gotas se perdían en las tierras secas o evaporándose en un cálido ambiente que empezaba a humedecerse.

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