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lunes, 28 de abril de 2014

El origen del maiz

Texto de Antonio Goicochea Cruzado
            Imagen Educarte

Cuando apenas el sol había extendido sus primeros rayos sobre la pampa, salió de la casa. Ahora retornaba trayendo las alforjas llenas de muchas cosas para compartirlas con sus hijos en el seno de su hogar y de su Ayllu. Volvía Koniwaska, alegre como todos los días
            A veces iba con Uchu, su fiel allco, a los cerros, y entre los bosques, con ayuda de arco, flecha, waraka y con trampas hechas de soga de cabuya cazaba llyuychus, de los que aprovechaban la carne, fresca y seca; el cuero para mullida alfombra o cabecera, y los cuernos y patas, para warkus; otras cazaba patos y pavas del monte, y, otras pescaba en el río.
            Los niños del ayllu, se arremolinaban a su alrededor y celebraban su llegada. Luego jugaban a la caza como sus mayores.
            En una de esas salidas, Koniwaska se guareció de la lluvia en una cueva que era frecuentada por un oso. Cuando el animal se acercó a la cueva, con su waraka y los ladridos de Uchu logró ahuyentarlos. Al recoger piedras para lanzarlas como proyectiles se halló con una piedrecita de color del sol. Era una pepita de oro. De retorno a la casa llevaba dos piedrecitas doradas. Varias veces volvió y con

martes, 22 de abril de 2014

La noche que conocí a Einstein

La noche que conocí a Einstein
Una lección de vida y de música de la mente más brillante del mundo.
Por Jerome Weidman [1]
Transcrito por Ruth Vásquez

Cuando yo era un hombre muy joven y apenas empezaba a abrirme camino en la vida, me invitaron a cenar en casa de un distinguido filántropo neoyorquino. Después de la cena, nuestra anfitriona nos llevó a una sala enorme. Aparentemente, me esperaba una velada de música de cámara.  Digo la frase “me esperaba” porque la música no significaba nada para mí. Casi no distingo los tonos musicales: sólo con gran esfuerzo llevo en tono la melodía más simple, y la música seria para mí no era más que ruido organizado. Así que hice lo que siempre hago cuando me siento atrapado: me senté, y cuando empezó la música, puse lo que, esperaba, era una expresión de inteligente apreciación, cerré los oídos internamente y me sumergí en mis propios pensamientos totalmente irrelevantes. Después de un rato, al advertir que las personas a mi alrededor aplaudían, concluí que podía destapar mis oídos sin riesgo. Al instante oí una voz suave, pero sorprendentemente penetrante, que me preguntaba si me gustaba Bach.
Sabía tanto de Bach como de la fisión nuclear. No obstante, sí conocía uno de los rostros

viernes, 18 de abril de 2014

En la cumbre del Chimboyoc

Cuento de Antonio GoicocheaImagen Educarte
Cuando el sol ya calentaba y de las chozas salía humo anunciando que se preparaba el desayuno en la comarca, es que José, colocaba en sus alfor jitas un poco de cancha o a veces mach’ka  y quesillo; y, acompañándose de Jovero, su perro mitayo, iniciaba su jornada diaria.

Retirando los palos que hacían de puerta del corral, el niño sacaba a la veintena de ovejas y cabritos para pastarlos en las laderas del Chimboyoc. Llevaba poncho y sombrero para protegerse del frío, no de la lluvia, porque hacía mucho que no llovía. Los sembríos se habían secado y se perdieron. El viento soplaba y arrastraba el polvo de las faldas de los cerros. La comida escaseaba tanto que de los warkus   las mamás jalaron las últimas wayunkas   de comida. Quedaban sólo las de semilla.

Ladrando y mordiscando a las ovejas y cabritos que salían del camino, Jovero los ponía en orden
José, para no aburrirse, a veces, llevaba arcilla húmeda; entonces sus dedos se deslizaban por la masa haciendo formas que era la envidia de los niños del lugar. Ese día había hecho una yunta en posición de jalar el arado, se notaba la cabeza alzada, la papada y el lomo brillante, los pelos de la cola sueltos al viento, las venas en los ijares y en las piernas, como cuando los animales tenían abundante pasto. Parecía que sólo les faltaba a los bueyes un soplo que les diera vida. Antes de comer, con reverencia dejaba caer un poco de comida en el suelo. Había que compartirla con la Pachamama, era su pago a los guardianes del Chimboyoc. Ofrenda que la hacían todos los del lugar.
Miró una y mil veces a la noble yunta. La miró tanto que no se dio cuenta que el día iba a

martes, 15 de abril de 2014

"Todo hijo es padre de la muerte de su padre"

Articulo original: Fabrício Carpinejar "Todo filho é pai da morte de seu pai"
Transcrito por Ruth Vasquez

"Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre.

Es cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla. Lento, lento, impreciso....

Es cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, una vez firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar.

Es cuando el padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime, y busca dónde está la puerta y la ventana - todo corredor ahora está lejos.

Es cuando uno de los padres antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su propia ropa

viernes, 11 de abril de 2014

Mi Lorito Parlanchin

Cuento de Antonio Goicochea Cruzado
Imagen de Johnny Becerra Becerra
Herman dejaba pasar la tarde mirando cómo en las laderas de la otra banda, los cerros del Este, dibujaban la sombra del horizonte contrario, que subía en la medida que el sol se despedía.
Los loros, en bandada, hacían su recorrido dejando los maizales del norte hasta el sur donde al calor del temple pasarían la noche en las oquedades arcillosas de una ladera.
-Son loritos que salen de la escuela y van a su casa a descansar, decía la abuela a su nieto.
Herman recorrió en su mente los momentos pasados en su escuela, los juegos con los compañeros y también sus bromas, las clases de su maestro del cuarto año al que admiraba. Recordaba a la lora Aurora, que a la salida de los niños de la escuela, se solazaba en su atril gritando “Aurora, Aurora,…”, que los pequeños celebraban imitando sus gritos “Aurora, Aurorita,…”, y a doña Sarita, que esperaba ese aviso para saber que los niños salían de su centro de estudios, y presurosa salía a la puerta  a vender los alfeñiques y los quesitos de a real.

Quiso tener un loro. Su papá le había contado que en el valle colocan lana en las mazorcas de maíz y cuando los loros van a comer  choclos, se enredan en la lana y quedan atrapados. Marcelina le dio lana escarmenada para que facilitara la caza. Muy de mañana fue al maizal y la colocó en choclos que estaban prestos a ser cosechados. Por la tarde una bandada de bulliciosos loros se posó en el maizal.  Cuando Herman acompañado de Sandor, y sus cabrioleos y guau guaus, fue a la chacra, los loros alzaron

lunes, 7 de abril de 2014

Consuelo Canino

De Melissa Fay Green
Un perro hizo lo que la familia Winokur no podía: se convirtió en el amigo de su hijo y logró aplacar sus arrebatos de furia.
Transcrito por Ruth Vásquez 

En mayo de 1999, Donnie Winokur, de 43 años, y su esposo, Harvey, de 49, contemplaron al hijo de sus sueños: el niño que la infertilidad les había negado. Andrey, un bebé de un año de edad, aparecía en un breve video grabado en un orfanato ruso. Si a la pareja le gustaba el pequeño, podría iniciar el proceso legal para adoptarlo. A los dos les encantó.

Cuatro meses después, volaron a Rusia desde Atlanta, Georgia, donde vivían, para adoptar a Andrey, a quien decidieron llamar Iyal, y a una niña apenas dos días menor que él, sin parentesco con el bebé, a la cual llamaron Morasha.  “En cierto momento, después de que los

viernes, 4 de abril de 2014

En la tranquilidad del bosque, en una noche estival

      Cuento de Antonio Goicochea Cruzado
Dibujo de Johnny Becerra Becerra

Pateado de luna, como el resto de los árboles del bosque; mecido a la suave brisa de la noche estival, contemplaba la planicie límite del bosque que, antes preñado de verdes y de flores, cantaba a la vida, y hoy de sienas y de abrojos parecía que en silencio decía sus lamentos.


Veía nuestro protagonista cómo había cambiado el paisaje.

-Así cambia el entorno, se decía.
Desde hacía no muchas lunas que observaba cómo los habitantes de los prados y bosques soportaban una sequía que les mezquinaba alimentos.

Sus cavilaciones fueron interrumpidas por unos alaridos que desde lejos empezaban