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martes, 25 de febrero de 2014

VELAY, AGARRÓ MAÑA EL MITAYO

Cuento de Antonio Goicochea Cruzado
Dibujo de Johnny Becerra Becerra
La mañana es luminosa, el sol calienta como cuando va a llover en Condorumi.
Todos los días, muy de mañana, Adelaida, prepara la comida de Chocolate, el mitayo que maneja a las borregas con ladridos y movimientos de orejas.
El rebaño ovejuno, su mitayo y la chacrita en la que se ubica su humilde choza son las posesiones materiales de Adelaida, viuda del que fuera don Filadelfo Carhuaricra, diligente comunero de Condorumi.
Chocolate, consume diligente su primera comida de un mate, que de tanto uso y continuo limpiar ha quedado tan delgado casi como cuenco de cáscara de zambomba. La segunda comida del día la recibirá al final de la jornada diaria.

El mitayo, mandón, lleva a su hato a las laderas de la Comunidad, lo conduce a punta de sonoros ladridos. Abrevan en un arroyo cercano al pantano, vecino del río seco, que corta el camino al pastizal, por lo que usan el cauce seco como pasaje. El agua dibuja al mitayo que en un ir y venir de lenguazos va tomando sus raciones del líquido refrescante; su figura ondula en las aguas revueltas. El rebaño le lleva la delantera, se da cuenta de su retraso y en galope, al ritmo del otro retrasado, el pequeño y huérfano corderito al que por eso su dueña le llamaba el Guachito, imitando al Bayo que tenía su difunto patrón, cual potro cerreño,

martes, 18 de febrero de 2014

Manuelito el ladrillero

Texto de Antonio Goicochea Cruzado
Dibujo de Johnny Becerra Becerra

¿Soñará acaso, Manuelito, con yuntitas de arcilla y arado hechos por él; con bolitas de arcilla, rojitas después de la quema, con las que jugará con sus compañeritos en la escuela? 
¿Soñará también que con su trabajo terminarán los apremios económicos de su casa?
A sus seis años, Manuelito, como todos los días, a las cinco de la mañana, cuando el amanecer está entre claro y oscuro, deja su camita para mudar[1] a los bueyes. Los llanques[2] protegen a sus pies de la shilla[3] del camino pero no del frío mañanero. Sus pies están rajados por el frío y el lodo. Desde los tres años ayuda a su padre en la ladrillera; primero fue alcanzando el baldecito con agua y trapo para empapar la gavera, después, enfilando los ladrillos ya duros para que se sequen mejor; ahora cortando barro y moldeando ladrillos.

Hacía dos días que habían dejado los terrones de tierra arcillosa en el pozo anegado para que humedeciera.

Después del verde[4], su padre preparará el barro. Manuelito cortará[5] ladrillos. Hoy no irá a la escuela.

Manuelito trae los bueyes, alcanza el arado y la coyunta a su padre. El padre se saca los llanques e incita a  los toros a meterse al pozo. Allí les coloca los aparejos.

La yunta[6], ya uncida, es azuzada para que inicie el sin fin de vueltas que dará hasta que la arcilla se haya suavizado y convertido en una masa

martes, 11 de febrero de 2014

LAS ALMITAS TIENEN PIES COMO DE PALOMITAS

Texto de Antonio Goicochea Cruzado
Dibujo de Johnny Becerra Becerra
-Mi toro será la envidia de toda la patota, decía Santiago pensando en el toro que haría para celebrar el día de Todos los Santos.
-Apúrense muchachas que se pasa el concho y ofrendas vinagres nadie compra, decía doña Catita a Carmela, Juana y Jesús; -Y tú, Santiago, arma escobas para barrer el horno.
Todo ha sido dispuesto de antemano: el concho está fermentando desde ayer con la harina primera, la leña seca está preparada en el horno, lista para arder, las latas brillando de limpias, la mesa enjuagada, la ichirca [1], los manteles, la sal, el azúcar y el chocolate esperan el momento en cumplir su función.
Doña Catita en el cuenco de su mano toma un poco de concho y masa primera, la acerca a la nariz y sentencia:
-¡Está en su punto, a preparar toda la masa!
Con diligencia agrega harina a la batea, agua tibia con sal, y con diligentes manos hace una masa homogénea. La cubre con un mantel y la deja reposar.

Con destreza de vieja amasijera, ayudada por la chamiza recogida por Santiago en el Altimo, en sus correrías de cazador de tórtolas y palomitas, prende la leña en el horno. En la tronera han colocado el cántaro en el que se preparará el

viernes, 7 de febrero de 2014

La Campana de Oro

Leyenda desde Cajamarca, Perú
Escribe: Antonio Goicochea Cruzado
Adaptación de Imagen Educarte

El  anochecer los sorprendió en las estribaciones del Cerro Negro, cerca de la Laguna de Santa Rosa, a pesar de encontrarse a dos horas de San Miguel, no podían continuar porque las acémilas se encontraban cansadas. Hacer pascana era lo más inteligente. Desmontaron, descargaron los productos que llevaban a vender en la feria de la Virgen del Arco. Desensillaron a las acémilas, las abrevaron y les dieron una ración de cebada que para el efecto llevaban. Allá por los años veinte del siglo pasado, un 20 de diciembre.
Con la diligencia que da la experiencia en largos viajes prepararon la cena, un caldo caliente con arroz, para y quesillo, acompañado de cecina asada y cancha de maíz paccho. Unos tragos de